Son las 8 de la noche. Es viernes y hace mucho calor, en la televisión una telenovela china que me recuerda las telenovelas mexicanas. Me duele el estómago después de estar comiendo cualquier cantidad de cosas de diferentes calibres y denominaciones. Con la certeza de que no deseo ser padre y que la paternidad es egoísta, un tanto asqueado de la humanidad y del egoísmo de nuestra actual sociedad, estoy terminando un proyecto de trabajo que por 12 meses me hizo crecer profesionalmente y me permitió viajar por muchas hermosas ciudades del mundo.
Un tanto triste con mis resultados, ligeramente frustrado por no haberlo hecho mejor, me pregunto que viene a continuación y si tendré la fuerza para seguir adelante.
Singapur es una ciudad hermosa, me recuerda mucho a Dubai y a Hong Kong, es bella y capitalista al extremo como las ciudades de Estados Unidos. Su clima es tropical y húmedo sus construcciones exhuberantes y perfectas. Siempre me deprimen los zoológicos, sin importar cuan impresionante sea su infraestructura, los animales siempre se ven tristes, como ausentes de sí mismos y la verdad no los culpo.
He conocido a tantas personas increíbles y he compartido tan intimamente la mesa con ellos que me siento agradecido y sorprendido de la magia que yace oculta en nosotros mismos, lo simple que es conectarnos y lo auténtico que es el ser humano cuando se quita su disfraz de persona.
Meditar en un templo budista es sin duda, una de las cosas más hermosas que he podido experimentar en estas últimas semanas. Más allá del innecesario glamour de los templos de Bangkok, me quedo con la profunda conexión que sentí con la divinidad y la casi desaparición de mi esfera corporea, a través de los mantras y los cantos de los monjes budistas.
Thailandia ha sido para mi una hermosa sorpresa. Su hermosa gente, su deliciosa comida, su vida espiritual y su sencillez de espíritu como lugar, me han hecho sentir que puedo vivir con muy poco, con lo necesario y aún así sentir una profunda abundancia en el alma y en el corazón. Cuando empezó este año, no esperaba estar viviendo aquí ni viajar tanto como hasta ahora, irónicamente aquellos viajes y encuentros programados talvez ya no se lleven a cabo.
Siento que estoy a la espera de algo, que presiento no ha de llegar pronto. En estos últimos días he sentido desprenderme de la piel que me conectaba con una realidad que ya no es la mía, y que ya no representa más. Auguro una transformación de mi realidad y ésta me llena de una sensación de tristeza y dolor, pesadez y agonía.
Pero al chile como dice el Yul, «Que cuando nos vaya mal, nos vaya como hoy» Porque estoy en una Ciudad increíble, rodeado de bellas personas que me han abierto su casa como si fuera parte de su familia, porque tengo un hermoso techo, comida y mucho más allá de lo que cualquiera podría desear. Porque me encuentro rodeado de abundancia, de amor y de esperanza. Porque aunque parezca otra ironía, soy esperanza y luz para las personas que miran mis ojos y mi sonrisa.
Así que por ahora me la banco. No sé que vendrá mañana pero me entrego a la divinidad que habita en mi y que es todo y le entrego a la vida mi destino para que me siga haciendo instrumento de su obra perfecta. Que los días que vienen se escriban en otra inolvidable historia que siga haciendo de mi experiencia, una perfecta existencia en este paso por la tierra.
Manden sus buenas vibras… Las necesito todas juntas.
Namaste.