Me llena de silencioso placer este momento. Este día, esta vida, este sueño ilusorio que cada día se envuelve en nuevas siluetas de luz.
Un día despiertas y decides ir a otra ciudad, de repente esa ciudad se vuelve el centro de tu pensamiento, de tu inspiración y el replanteamiento de tus sueños.
El año pasado por primera vez toqué el velo de un mundo que siempre ha estado aquí, pero es invisible a los ojos insensibles de los seres humanos enfermos de materialidad. Sentí el dolor de mis hermanos y de la misma madre tierra, más que nunca me sentí un instrumento del alma natural.
Lentamente mi tiempo y mi aliento se enfocan en la espiritualidad y en la curación del alma de nuestro tiempo. Y en medio de una tormenta electríca, de un pesimismo generalizado y una colección de sueños huecos y rotos, he vuelto a mi tan querido Berlín.
Hoy mientras nadaba y cobraba consciencia de todos los conocimientos y experiencias que he adquirido en el paso de los años, me parece sorpredente que el tema de conversación, la preocupación y el nudo de ésta existencia se mantenga en el mismo lugar.
¿Es acaso mi percepción tan única que en verdad nadie puede ver lo que veo?
No es cuestión de sentirme sólo, pues me encuentro en paz con el universo que existe dentro de mi y en el cual habito, sin embargo las personas más inteligentes de mi presente siguen luchando con aquellos fantasmas de un entendimiento que no explica el lado sutil de la realidad.
Estoy en paz y me pregunto porqué es así la vida. ¿Porqué se alimenta del miedo que tanto tenemos? ¿Qué beneficios recibe nuestro sistema de nuestra energía vital?
Cuando la paz interior es un estado de rebelión constante contra el mundo en que vivimos, se pone uno a pensar sobre el futuro próximo de nuestra civilización.
Namasté.
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