Desde una grada de oro – entre cordones de seda, gasas grises, terciopelos verdes y discos de cristal que se oscurecen como al sol el bronce -, veo abrirse a la digital sobre un tapiz de filigranas de plata, ojos y cabelleras.
Piezas de amarillo oro sembradas sobre ágata, pilares de caoba sosteniendo una cúpula de esmeralda, ramo de blanco raso y varas finas de rubí rodean la rosa de agua.
Similares a un dios de enormes ojos azules y formas de nieve, mar y cielo atraen a las terrazas de marmol a esta multitud de jóvenes y fuertes rosas.